Quién soy

En un mundo imperfecto, yo no soy la excepción

jueves, 6 de marzo de 2014

Imaginemos

A pesar del frío que se deja notar al oscurecer, ya asoma por la esquina el rostro fresco de la primavera. Eso pensaba al volver hace un momento a casa. Vale… fomentaban tan poéticos pensamientos el par de copas de vino que mi cuerpo llevaba acompañado de sendas tapas, porque (hagamos patria aunque sea adoptiva) durante un mes en esta ilustre villa existe lo que se ha dado en llamar la ruta de las tapas. Aquí en concreto se incentiva el consumo de vino (cómo no) y el queso. El slogan es un poco cutre, pero en su vulgaridad es pegadizo: “El vino y el queso saben a beso”. Sin comentarios.

Como este es el blog de Jane y yo soy la susodicha (también redicha alguna que otra vez jajajaja) sigo contando mis impresiones existenciales (uno de mis vocablos favoritos desde mi época adolescente con ínfulas intelectuales en que leí a Sartre, Camus y la Beuvoir y algo quedó aunque je ne sais quoi).

Pensaba, durante el retorno a mi hogar dulce hogar, que me gusta mi vida tan imperfecta como perfecta según el ángulo en que se mire, al igual que esa botella medio llena o medio vacía que siempre sale a relucir a la hora de relativizar algo.

Y andando y pensando porque existo (disculpad la reiterada tontería, si queréis le echamos la culpa al vino o el queso, porque no ha habido beso jajaja), pasé por delante de unos contenedores, antes simples depósitos de basura, por desgracia ahora símbolo de muchas más cosas.

Tengo tendencia a buscar historias en los rincones, en los gestos anodinos, en las palabras escritas con pasión en cualquier muro… Posiblemente por eso lo vi. Solitario, desvalido, absurdo por sí mismo el guante de lana negro recortaba la forma de la mano que alguna vez lo necesitó sobre el asfalto. Era una imagen derrotada que se incrustó en mi retina. Mi lado práctico pensó que nadie recogería aquel único guante esta noche de marzo, pero mi corazón loco y algo bohemio se negó a enterrarlo en el olvido y decidió que aquel guante tenía una historia que contar. Mientras llegaba a casa yo veía una mano enfundada en él que representaba para un niño las aventuras de una familia. Miré mis manos buscando ayuda, y mis dedos aceptaron el reto. De nuevo visualicé aquel guante, pero ya no era un objeto tirando en la calle, era un racimo de personajes, una familia… El dedo corazón sería el padre y decidí llamarlo Mateo. La madre representada por el anular se llamaría Elena. Delgado y nervioso, el dedo meñique encarnaría al hijo inconformista ya desde niño, el pequeño Javier. Me gusta la idea de un gordito feliz que pide tan poco a la vida que cree recibir mucho, el pulgar es perfecto para representar a Manuel. Y por supuesto el índice provocador, curioso y apasionado sería Eva, la jovencita que cree saber mucho porque apenas conoce el mundo.

Dejo aquí el prólogo de una historia a escribir por cualquiera de vosotros con vuestras manos, enguantadas o no, en esta noche de marzo, que casi huele a primavera.


¿Jugamos a imaginar?



jueves, 20 de febrero de 2014

Reflejos

Podría ser yo…

Los ojos la delataban tocada y herida al borde del hundimiento en el mar de la vida. Exponía en frases cortas y tímidas su situación familiar, como si pidiese disculpas por haber fracasado en el desempeño del papel que hace tiempo el  guión del destino le otorgó.

El cuerpo frágil temblaba por falta de abrazos, en la piel se leía desencanto y soledad, y las manos se movían  desorientadas.

La mujer que se sentaba ante mi mesa, y a la que intentaba persuadir que no era una molestia ni para mí ni para el mundo, podría haber sido yo, la eterna buscadora de lianas, que hoy le tendía la mano.




martes, 4 de febrero de 2014

Personal Big Bang (porque todo cambia para seguir existiendo)

Durante un tiempo había bastado con escribir pequeños fragmentos que colgaban, como pájaros en cables eléctricos, en un universo, real e irreal a la vez, amalgamado con letras e impulsos electromagnéticos. Era reconfortante desahogar el día a día de una vida común en unos textos que, en la pantalla, la reflejaban más divertida e interesante. Pero un día no fue suficiente.


Él había sido la voz compañera con la que tantas noches esquivó a la soledad. Ambos movían las piezas en su lado del tablero, no para  ganar la partida al otro,  sino a la realidad que arañaba sus vidas. Pero un día, la música compartida en la imaginación y las confidencias sesgadas, no fueron suficientes.


El día en el que todo cambió llegó inesperado, sin razones aparentes; fue desplazando espejismos e instalando certezas y, aunque en la superficie nada lo reflejó, todo fue distinto. Sopló el viento de un adiós tibio y agradecido que alejó las rutinas que habían sido las lianas de Jane. Llegó un hola ilusionado por vivir sin anclajes ajenos, y la precariedad del camino sin brújula fue sustituida por un refugio cimentado en las propias necesidades y deseos.


Y, al igual que Robinson, sobrevivió en su isla, Jane aprendió a habitar su vida.