Quién soy

En un mundo imperfecto, yo no soy la excepción

lunes, 30 de septiembre de 2013

Nana Blues

No fui niña de peluches. Tenía muñecas de cara inexpresiva y vacíos ojos azules, pero jugar a ser madre y las casitas nunca me interesó. Prefería inventar historias con las muñecas recortables,  a las que  imaginaba viendo como adultas independientes en apartamentos que fabricaba con cajas de camisas.
                                                      
Sin embargo anoche dormí con un precioso búho de tela azul. Lo encontré sobre la cama el día de mi cumpleaños, junto a una caja de bombones. Ese buhito se convirtió en un objeto especial en el momento en que mi hijo menor, pensando en mí, lo eligió en una estantería de ToysRus. Se produjo  la magia de la alquimia y unos trozos de tela cosidos se revistieron de afecto, convirtiéndose en recordatorio del amor que recibo. Ahora, en las horas inciertas que preceden al sueño,  me acompañará, como un blues cuyas notas han sido escritas para mí,  nana de hijo a madre ahuyentadora de desalientos.




lunes, 23 de septiembre de 2013

La terrible alucinación de la realidad


Afirmaba el personaje de una novela que la realidad es una terrible alucinación que disuelve la bebida. Sin ser abstemia -apenas bebo, a pesar de mis bromas hablando de mojitos o tinto de verano (bien lo dice el refranero “Dime de lo qué presumes y te diré de lo qué careces")-, lo cierto es que ahogar mis penas en un vaso no es lo mío y tampoco buscar la euforia  del alcohol en vena. Mucho decir que vuelo y que sueño, pero vivo a ras del suelo atrapada en lo que no sé definir de otra manera que mundo real.

Hace tiempo que no me acercaba a la pantalla así… desnuda en palabras y emociones. De hecho, últimamente he escrito poco y leído mucho. Pero, como el asesino que siempre vuelve al lugar del crimen, volví a ese mundo que me ofrece lianas para seguir avanzando y evita que caiga en las arenas movedizas de la tristeza y los lodos del desanimo.

¿Habéis visto esas sillas abandonadas en medio de una acera o junto a un contenedor? Son un elemento extraño, casi onírico, en el paisaje urbano. Fuera del marco que las define, no parecen tener mucho sentido. Curiosamente, horas antes esa silla dio cobijo a un cuerpo, acompañó a una comida, escuchó conversaciones… El objeto fuera del conjunto del que formaba parte cambia aún siendo el mismo. Así me siento tantas veces… extraña, fuera de lugar, indefinida… Soy yo y, sin embargo, me cuesta sentirme alguien.

¿Qué necesito para vivir con cimientos? No lo sé. Si esto fuese una tormenta de ideas, ahora mismo el cielo sería tan azul como el que veo enmarcado en la ventana.  Quiero una existencia mía, un entorno hecho por y para mí, una seguridad que emane de mis poros, de mis neuronas, de mis actos...

En medio de una supuesta madurez,  me siento tan perdida como una adolescente. He criado hijos, he cuidado padres, he visto morir a seres queridos, he tenido amores y desamores, he sufrido y he hecho daño en las batallas diarias de la vida… Pero sigo siendo una recluta perdida en la selva, sin más bagaje que algunas certezas y cada vez menos sueños.

Y, aunque me identifico con la patética y absurda silla en medio de la acera, expuesta al sol, a las miradas y a la indiferencia de las vidas ajenas, sigo escribiendo…








martes, 17 de septiembre de 2013

Sobre adioses y aprendizajes

De estar viva, hoy mi hermana cumpliría un año más. Bastaron 15 meses y ocho días para que parte de mi vida desapareciese, como hicieron ella y mis padres. Aprendí que adiós es más que una palabra y sentí la impotencia ante la irreversibilidad de la muerte.


Cuando caes descubres que no importa si no te levantas inmediatamente. Necesitas ese tiempo indefinido de cuerpo a tierra,  sentir la aspereza del suelo en las mejillas o el cosquilleo de la vida escondida en la hierba. Puedes cerrar los ojos y escuchar, o abrirlos y seguir el paso de las nubes. Lo único importante es seguir respirando; ya llegará el tiempo de evaluar daños y tomar decisiones.



En algún momento a todos nos sorprende una tormenta existencial. Nos abaten rayos, y el aguacero de la desolación nos asoma en la mirada. Entonces recuperas el instinto primario que te hacía protegerte aún en el vientre materno donde comenzaste a ser. Te abrazas, y la vida sigue. 





domingo, 15 de septiembre de 2013

Amantes

(ELLA)

Nadie sabe de él, aunque nunca me planteé mantenerlo en secreto; como tampoco pensé que esta aventura se prolongaría más allá de un par de encuentros. No lo busqué; en ningún momento imaginé estos encuentros robados a la rutina. Y mucho menos me habría creído capaz de asumir este rol de amante distante y caprichosa, que accede  o no al encuentro.

Porque lo curioso es que en ningún momento de mi día a día lo anhelo, pienso en él o fantaseo con despertarle algún tipo de afecto sentimental. Fuera de nuestros encuentros de pieles  febriles, bocas hambrientas, y manos enloquecidas por el deseo; mi amante, el hombre que recorre con avidez mi cuerpo y descubre con maestría rincones y sensaciones que yo desconocía, no existe en mi vida. No deseo saber nada de su pasado ni de su presente, consciente que no tenemos futuro. Me halagan las confidencias que no le pido, pero insiste en ofrecer, tal vez  esperando la reciprocidad de las mías. El deseo que leo en sus ojos, la locura de sus labios buscando, el vuelo de sus manos arrancando mi ropa… acallan la razón y despiertan los sentidos, pero no mis emociones.

Hacemos el amor con pasión y ternura, amándonos en ese fragmento de tiempo en el que buscamos desembocar en el otro. Cuando llegan las lentas caricias hijas del sosiego, el olor feliz  de los cuerpos satisfechos  y el dulce abandono reparador; me abraza y habla de cosas que raramente contamos a otros. Pero, aunque mis brazos y mis labios siguen abiertos para él, yo me alejo cerrando cuidadosamente la puerta del corazón.



(ÉL)

Hundo la nariz en la almohada empapándome de su olor intentando hacerlo mío. ¡Qué distintos somos! En estos momentos ella intenta borrar el mío. Escucho el sonido de la ducha, e imagino como frota su cuerpo. Me niega. Fuera de estas paredes  no existo. Si le preguntasen quién o qué soy la respuesta sería diferente en función del lugar. Aquí, soy todo, su hombre, su amor, su delirio según dice con esa voz ronca que me hace palpitar. Pero si alguien nos viese por la calle me etiquetaría,  indiferente, como un compañero de trabajo y ni siquiera merecería el reconocimiento de amigo.

Miro el reloj. Dentro unos minutos, limpia y ajena, depositará en mi boca el último beso antes de dibujar los  labios ausentes que caminaran con ella las calles que no transitamos juntos. Y, como se consuela a un niño enfurruñado, me regalará el caramelo de la palabra amor en la despedida automática que precede al vacío que deja.












jueves, 12 de septiembre de 2013

Resumen del día

Hace escasos minutos que he llegado a casa. El tiempo justo de bajar la basura, contonearme ante la atenta mirada de uno de los parroquianos del Cielo Azul que apoyado en el ventanal-barra auxiliar observaba mis glamurosos andares camino del contenedor, y retornar a mi hogar dulce hogar.


Aquí estoy, tomando una horchata bien fría - hoy,  no solo me gané el pan sino algo más y la otra opción (peligrosamente tentadora) está en el congelador en un caja de Mágnum Chocolate Infinity- repasando los acontecimientos  de este día.


Pero, si bien extraordinarios no son, si podríamos etiquetarlos de peculiares. Me explico (o lo intento).


La primera quincena de septiembre es para mí, laboralmente, criminal. La funcionaria toma posesión de mi persona y yo, Jane, desaparezco entre los papeles, la gente y los plazos. Mi vida en estas fechas es trabajo, vida doméstica y personal en servicios mínimos.


Consciente de la fortuna de tener un puesto de trabajo en los tiempos que corren intento realizar mis funciones lo mejor que puedo y sé, y dejarme de vagar mentalmente por esos mundos. Septiembre es tiempo de pies en la tierra, y el cuerpo agradece el descanso de una cama sin sueños. Pero, como diría mi madre, lo que es de más hasta la vergüenza es mala, y hoy yo me pasé de cumplidora,  teclea que teclea, intentando finalizar un trabajo. Tan embebida estaba en mi labor que, a la hora de marcharme. me encontré con la puerta cerrada. Por suerte oí vida en el despacho de al lado, y afortunadamente vivimos en un pueblo donde rapidamente localizas a quién tiene la llave salvadora. Una hora más tarde de lo previsto, zampaba una pizza congelada en compañía de mi hijo. Y una hora después volvía a ese despacho que empiezo a mirar con cariño masoquista y claustrofóbico.


Tecleando, referenciando, imprimiendo… y escuchando las canciones que todos los días repiten las emisoras de radio pasaron un par de horas cuando ¡oh cielos! un aleteo distrajo mi quehacer. Un pájaro volaba cerca de mí. Un pájaro marrón, grande y  feo, que arrancó de mi poética mente el siguiente pensamiento cargado de lirismo: “A que me caga en el pelo”. Decidí darme prisa y salir pitando, aunque como mala del todo no soy, abrí las ventanas para que el pobre animal volase hacía la libertad, y se olvidase de mí. Pero él decidió quedarse muy quieto en la pared, comportamiento altamente extraño en un pájaro, aunque no en un murciélago que es lo que resultó ser. Ahí descubrí yo que, mira por dónde, no carezco de valor y sangre y fría,  porque mi jefe confesó que le daba cierto repelús, mientras que yo, en un absurdo arrebato de divismo, incluso accedí a una foto para la posteridad, con gafas de sol, vampírica total.


Eran las ocho de la tarde, quería terminar, imprimir, recoger e irme, y fue lo que hice. Me daba pena el animal y no me hacía gracia la idea de encontrármelo mañana de compañero de oficina, pero proseguí con lo mío, mientras uno de los compañeros del otro despacho intentaba arrojar al murciélago draculín al mundanal ruido, cosa que al fin logró.


De vuelta a casa me detuve a comprar algo de fruta, y mi lado  marujil no pudo evitar fijarse en el siguiente anuncio:


Este curso…
(dibujo de bocadillo)
Bocadillos por whatsapp.
Cuando llegas…
… Ya lo tienes hecho.


Haciéndole una foto andaba para enviar por whatsapp cuando escuché el móvil. El que mi grupo de amigas ha nombrado por unanimidad elhombremásrarodecuantosconocemos me preguntaba si celebraba hoy mi onomástica (eso fue la palabra que empleó). Le aclaré que no, recordándole que el día de mi santo tuvo a bien felicitarme y regalarme un ramo de claveles reventones. Y fue entonces cuando me vino a la memoria que, aquella mañana de agosto,  al abrir la puerta de mi piso un perrazo negro paseaba su amenazador porte por el rellano. Perpleja me quedé y más cuando el can pretendió entrar en el ascensor conmigo. Entonces la razón me dijo que era uno de los perros de la vecina del primero que tiene varios guaus y miaus, pero hoy pensé que un animal precede siempre la aparición de  este hombre extraño incluso para mí. Por suerte no tiene barriga, no entra en mis planes descubrir si posee corazón, y no hay peligro de que me atraiga. Y, aunque éste es uno de esos días en los que vendería mi alma por un masaje en las cervicales, me apañaré colocando un cojín de Ikea bajo el cuello, mientras hago zapping intentando buscar imágenes que me acompañen a ese lugar blanco y tranquilo llamado nada donde descansar y, aunque pocas veces lo recuerde, soñar.


Por cierto, como no olvidé echar una loto, igual mañana soy rica.






martes, 3 de septiembre de 2013

Lecturas de verano con opiniones que nadie me ha pedido

No sé si tengo una especie de impronta celular que, coincidiendo con el final del  verano y el comienzo de otoño, me empuja a acciones domésticas. Es como si yo fuese un ave que prepara su nido para pasar el invierno.

Pero haga lo que haga, una de mis constantes es tener algún libro (o varios) en danza.

Y para muestra, ahí van mi lecturas agosteñas:


La señorita Dashwood (Elizabeth Taylor), auténtica novela soporífera,  estuvo conmigo muchas noches estivales. Tiene 250 páginas y no fui capaz de leer más de 10 seguidas sin quedarme frita. Alguien dijo de la autora que era la nueva Jane Austen. ¡Ay qué ver cómo mienten los editores! Pero,  extrayendo lo positivo – como aconsejarían los gurús sicomprasmislibrosymehacescasoserás feliz- es una novela recomendable para los insomnes. Mano de santo, oigan.

A otra princesa con ese cuento (Noe Martínez) fue el primer libro que leí en mi recién adquirido ebook. Por suerte me salió gratis. Esta mujer escribe y no cuenta nada, pero eso no es malo, lo peor es que pretende ser graciosa, y como procede de la tele emplea los truquillos baratos de los guionistas de baja estofa. La historia es una tontería que va de tres amigas bastante pedorras: una maciza que pegó un braguetazo pero quiere de verdad a su maduro marido, una uróloga que se lía con un médico joven que hace el MIR con ella (se nota que la tal Noe veía Urgencias y Anatomía de Grey) y otra que se llama Filo y es la metepatas gorda  (típico personaje supuestamente cómico de serie mala) que al final también encuentra un apaño.
Por supuesto… ¡¡¡ lo borré !!!

Un asesinato literario  (Batya Gur) fue mi oportunidad de leer a  esta escritora. A menudo me tentaba comprar alguno de sus libros, pero los publicaba Siruela y la editorial del hijo intelectual de la duquesa de Alba es cara y nunca terminaba de decidirme. Mucho me alegré de mi prudencia cuando fui leyendo la historia, que no estaba mal pero resultaba previsible. Descubrí antes al asesino y el móvil que qué personajes eran  femeninos o masculinos, no porque la autora fuera ambigua al respecto sino por los nombres hebreos; por suerte el atractivo y culto policía (estereotipo de novela negra) se llamaba Michael.
Tengo claro que no compraré los libros de esta escritora (además la pobre no se beneficiaría de ello porque murió), pero como los tengo descargados, posiblemente el tal Michael vuelva a acompañarme en algún otro momento.


Curvas peligrosas  (Susana Hernández) fue el resultado de mi primera descarga de libros. Me hizo gracia el título y me dije… venga. Os pongo de qué va: un asesino que parece un serial killer pero luego no lo es, una policía lesbiana con problemas amorosos, una abogada lesbiana que le tira los tejos, otra policía hetero, divorciada, cruzando la barrera de los cuarenta sin amor y con una hija problemática.
La palabra que mejor le va a esta novela es olvidable. De hecho la borré, y he tenido que buscar en google el nombre de la autora para ponerla a parir por aquí.


La tienda y la vida  ( Isabel Sucunza) es el libro de una bloguera, pero por hacer la contra lo compré en papel las navidades pasadas. La verdad es que disfruté leyéndolo, porque es fresco y aporta reflexiones inteligentes (al menos a mí me lo parecieron). Me acompañó un fin de semana de agosto, de fiestas locales, idas y venidas de hijos, y logró disipar esa estúpida añoranza que aún me visita.


Otra vez domingo  (Francisco García Pavón) llegó a mis estantes en primavera cuando decidí saldar una deuda pendiente con mi paisano y leer al sencillo y nada simple guardia civil Plinio. Este libro en concreto, es divertido, inteligente, crítico… Se lee con una sonrisa perenne y las neuronas bailan felices con las imágenes y reflexiones que el autor, en boca de los personajes, nos deja. Voy a buscar el sombrero que me compré en la playa para evitar las pecas y me lo quito y hago una reverencia (en serio).


El arte de besar en la boca (Kristin Harmel) era una apuesta segura para leer en el tren. No me defraudó porque lo descargué intuyéndolo malo. Chica abandonada por el novio, pierde empleo, pero (la suertuda) tiene una amiga que vive en París y la invita a ir a verla (la prota vive en los Estados Juntitos, en Texas o en un sitio así). En París tiene un éxito increíble con los hombres y además encuentra un trabajo estupendo. Luego  todo se lía y vuelve a los USA, pero al final la historia termina bien y como la besan varias veces se queda con el que mejor lo hace.
Lo borré sin el menor remordimiento.


Y entonces sucedió algo maravilloso  (Sonia Laredo) lo empecé a leer en la estación de ferrocarril de Ávila. Lo maravilloso fue que el tren llegó puntual, y lo bien que lo pasamos durante el viaje. El libro no es nada del otro mundo. Una historia corrientucha de mujer inteligente que deja su vida y encuentra un lugar la mar de bucólico habitado por gentes buenísimas. En aquel remoto lugar conoce a un hombre que la pone mirando a Cuenca cada vez que la ve y la deja embarazada. Hay frecuentes referencias literarias, pero la mayoría resultan forzadas. Y como la escritora quiere que sepamos que sabe mucho nos mete una mujer loca en plan Jane Eyre, pero sin el encanto de la Brontë.
Lo voy a borrar, porque por suerte éste también lo descargué.


La señorita Milverton  (Anne Hocking) lo bajé muy ilusionada porque imaginé una historia entre policíaca y humorística. Sonreí algo (poco) y descubrí enseguida la razón por la que  morían los sobrinos de la señorita M. y quién los envenenaba. No sé si es la traducción o la época en que fue escrita , pero la novela es ñoñeta. Pero, como es cierto que de casi todos los libros se aprende, ahora sé que no es conveniente que beba vino de ruibarbo,  principalmente porque intuyo que debe estar asqueroso (ya hice la prueba con el de cereza) y en la novela los que lo bebían solían palmarla enseguida y con mucho sufrir por no sé que ácido que les echaban en las copas.
Creo que lo voy a borrar.

Las manos más hermosas de Delhi  (Mikael Bergstrand) lo compré un día que iba al médico y me metí en el Corte Inglés a hacer tiempo. Así descubrí una historia tierna, cercana, optimista y llena de vida.
Se lo he recomendado a todos mis amigos, y pienso prestarlo a las personas que aman tanto los libros, que los cuidan y devuelven.

Ahora ando leyendo La vida y la muerte me están desgastando de Mo Yan, y eso sí es LITERATURA.









domingo, 1 de septiembre de 2013

A sorbos

El viernes subí la maleta violeta al trastero. En una novela quedaría bien decir “desván”, pero en la vida tenemos trasteros donde acumulamos objetos que hablan del tiempo que una vez compartieron con nosotros. Mi maleta estará allí hasta nueva orden, dispuesta para acompañarme sin preguntar el destino, a la espera de poder rodar por  calles desconocidas y respirar otros lugares. Pero de momento aquí estamos, ella en el trastero, y yo con pijama de verano y taza de café tecleando una vez más.

Se me ocurre que hoy soy la imagen estereotipo del final de las vacaciones. Miro el reloj y, aunque ya han pasado las primeras 12 horas de este uno de septiembre, aún no me he tomado la molestia de vestirme y voy en pijama. Me dejo envolver en la dulzura de unas últimas horas sin más obligaciones que las que impone el cuerpo. Me muevo con lentitud, saboreando un café. No hay prisa. Mañana la alarma marcará el comienzo de una jornada distinta, me espera una mesa de trabajo desbordada, un calendario que cumplir, y se esboza un otoño que sin duda me sorprenderá.


Pero hoy…, mientras la maleta violeta cuenta sus últimas escapadas a los otros ocupantes del trastero, bebo mi café sin prisa, a sorbos y en pijama.