Quién soy

En un mundo imperfecto, yo no soy la excepción

lunes, 17 de junio de 2013

Mundo Panga vs. Mundo Frik

Será que es lunes, o que el calor tan anhelado por fin ha llegado (olé pareado super ingenioso)… La cuestión es que pensaba -tengo esa peligrosa tendencia- que, si tuviese que elegir vivir en Mundo Panga o Mundo Frik, evidentemente elegiría el segundo.

No es que me apasione comer palomitas viendo series, películas míticas, o animes (preferiblemente en versión original). Nones.  Más de un fin de semana, yo duermo cual marmota feliz mi paréntesis sestero gracias a las películas de Antena 3 (ahora creo que se llama de otra forma, pero las que ponen son igual de malas). Series veo; pero de policías o detectives  "muchísmo listos” que siempre descubren a los culpables y llevan vidas solitarias en las que no florece el amor (ea, tengo un lado borde y envidioso). No me disfrazo de princesa Leia, de personajes de Galáctica, o Star Trek. Soy lo que yo llamaría una personal normal, si tal categoría existiese.


Pero… un día, precisamente un 25 de mayo, día del orgullo friki,  fui expulsada de Mundo Panga. Abandoné el paraíso de compras sabatinas en el supermercado,  vacaciones cerca del mar, donde te quemas por dentro y te bronceas levemente por fuera; interminables, y poco pintorescas, comidas familiares… Finalizaron las largas jornadas en las que el reto era lograr que los filetes de panga resultasen apetitosos.

Me gustan las alas de pollo fritas y el vino con gaseosa. No tengo coche. Leo clásicos, novelas rosa y negras, y también el Cosmopolitan. Uso tacones cuando bajo la basura. Disfruto tanto  en una librería como en un centro comercial. Considero comida un Happy Meal, aunque si estoy en modo madre la cocina tradicional no tiene secretos para mí. Y, gracias a Don Limpio, Las Tres Brujas y Fairy, mantengo tan limpia mi casita como las señoras que salen en los anuncios de Cillit Bang.

La lista de mis incongruencias es larga y se incrementa día a día. Pero hay algo que tengo muy claro: los filetes de panga no saben a nada.






viernes, 14 de junio de 2013

Morbo

Despertó dolorida, con deseos de seguir arropada en el calor amable de las sabanas. Una vez más la imagen llenó su mente. Él riendo sobre la cama,  mostrando feliz e impúdico la perfección de su desnudez.

Aún le duelen en los brazos y los hombros las huellas de sus dientes. Casi vuelve a sentir el vértigo que se apodera de ella en su presencia. El mundo le da vueltas cuando entra en su órbita. No es amor. Hormonas, sin duda. Una atracción tan puramente física que borra todo lo que sea ajeno a  su cuerpo, su abrazo, su risa, los juegos, la marca de su lengua, el tatuaje de sus caricias, sus manos…

Morbo. Es la palabra. Ahora sabe lo que es, lo que se siente. Y le gusta ese dejarse llevar por los sentidos más primarios, por ese deseo que, una vez saciado, deja espacio libre.

Salta de la cama sintiendo la sensualidad del cuerpo satisfecho, y piensa lo absurdo que resulta “hacer al amor” de una forma tan perfecta con un hombre al que no ama.

No lo quiere.
No le interesa  qué piensa.
Le resulta ajeno qué siente.
Y, sin embargo, se ha convertido en su amante.





miércoles, 12 de junio de 2013

Entrada nº 100 (Reflexiones sobre variaciones, combinaciones y permutaciones con 28 signos)

Me gustan las palabras.


Palabras que acompañan la espera
Palabras que curan heridas
Palabras que enaltecen sentimientos
Palabras que ponen pinceladas de ilusión en las vidas
Palabras amigas y palabras afiladas y duras como navajas
Palabras abiertas y palabras que levantan muros y vallas
Palabras a ciegas y palabras que te ciegan
Palabras delatoras y palabras mentirosas
Palabras mágicas y palabras duras
Palabras dulces y palabras amargas
Palabras…



Disfruto al escribir. Eso de emborronar papeles se me da bien. Incluso intentaría redactar oficios y certificados con elegancia e imaginación si fuese posible. ¿Os imagináis un documento con la siguiente apostilla “expido y firmo, a petición del interesado, en una calurosa mañana de julio ansiosa de vacaciones y sin más brisa que la artificial del aire acondicionado, en  un lugar de la península de cuyo nombre no creo que nunca vaya a olvidarme”. Tentada me siento,  pero me puede el encorsetamiento de años de lenguaje administrativo y,  como hay que ganarse el pan (o las galletas), lo pienso de farol, escribo lo que toca y sueño lo que puedo.



Hace algún tiempo, hablando con un amigo de  Guatemala mencioné a Rigoberta Menchú. Él me recordó que tenían otro premio Nobel. “Miguel Ángel Asturias”, le dije. Preguntó si lo había leído y le contesté que sí, que había leído a los 17 años “El Señor Presidente” y jamás había olvidado la novela. Recordé, aquella  tarde de mayo, en la que se me rompió el amor, y volví a casa con el corazón sangrante y los ojos llenos de agua. Entré en mi habitación con ganas de arrojarme en la cama, y dejarme morir de dolor. No lo hice. Sobre la mesita me esperaba un libro, cuyo trabajo tenía que presentar al día siguiente: “El Señor Presidente”. Comencé a leer, y la adolescente enamorada desapareció entre aquellas páginas que hablaban de una crueldad despojada de cualquier resto de humanidad, de un dolor inmenso, y una barbarie sin razón. Olvidé mi amor perdido. El reloj dejó de existir. Sólo era consciente de aquel mundo duro y terrible, que las palabras magistrales dibujaban para mí. ¿Cómo sentir mi pequeño dolor en medio de un Dolor con mayúsculas? ¿Cómo llorar por mí y no por aquel niño, que moría de hambre y abandono en un calabozo?


Aquel día descubrí la literatura como pasaje a otros mundos y también catarsis de mis demonios.


Hoy, me instalo ante este teclado convocando a los personajes que una vez inventé. Imagino el escenario en que se mueven, no pierdo de vista la biografía con la que los doté, observo donde han llegado. Analizo el camino a seguir para llegar a la meta que visualicé  cuando germinó el relato donde se mueven. Soy un  albañil  demente que, instalado en las nubes,  comienza la casa por el tejado. Todas mis historias  brotan en una inversa ilógica desde un final a un principio. Anárquica y arrítmica, establezco mis pausas, escribiendo sin otro método que intentar contar aquello que siento y veo.



Agradezco poder escribir;  y agradezco, infinitamente,  poder leer.







domingo, 9 de junio de 2013

ADÁN, EVA Y EL EDÉN

ADÁN, SIN EVA Y SIN EDÉN


No se llama Adán, ni está hecho de barro, aunque a veces se siente arcilla entre los dedos de un artista demente, que no termina de dar forma ni sentido a su vida.

¿Por qué no es capaz de vivir como la mayoría de la gente? ¿Qué espera? Es un afortunado en los tiempos que corren. Tiene trabajo. Se reprodujo. Ha despertado afectos, e incluso algunas pasiones. Y sin embargo… Le muerde la desazón. Lo altera el vértigo del vacío. Le atrae el abismo del abandono. Le quema el frío de la soledad.

No busca a Eva, que no tendría espacio en su vida. No espera  encontrar un  Edén en el que no cree. Y ese escepticismo, que no confunde con sabiduría, cubre de plomo sus pies,  encadenándolo a  la celda donde es prisionero y carcelero a la vez.




EVA, SIN ADÁN Y SIN EDÉN


Cada mañana Eva abre los ojos al nuevo día. Como no vive en el Edén, no la rodean hermosos frutales, ni las más bellas flores perfuman y adornan su vida. No oye rumor de riachuelos, sino el ruido del tráfico y las voces de otros. Los animales con los que se cruzan están prisioneros de una cómoda domesticidad, o sobreviven vagabundeando en  la dura selva de asfalto y humo.


No hay Adán compartiendo el “No paraíso”. Gana Eva el pan con el sudor de su frente, aunque gracias a duchas y desodorantes perfuma cada día la piel cansada.  No añora la vida paradisíaca que nunca ha conocido. No llora la perdida de Adán, pues solo lo intuye.  Lo que sí hace es  imaginar posibilidades y seguir caminando, sin reclamar utopías pero soñándolas.



EL EDÉN


Existe el azar. Adopta mil formas. Casualidades vestidas con las palabras de otro, en cuyo pensamiento te reconoces. Miradas, que al cruzarse se saben semejantes. Encuentros, que debiendo ser fugaces, se alargan. Algo sucede, no importa el cómo y, a veces, tampoco el por qué.


Si Adán y Eva se encuentran, comenzarán tiempo arañado al reloj de lo establecido. Descubrirán un mundo virgen que habitar, e inventarán palabras para soñarlas juntos. Adán querrá a Eva, y Eva querrá a Adán, en un Edén frágil, absurdo, feliz, y privado. Cansados de vestir el traje de una realidad estrecha, cuyas costuras aprietan, allí desnudarán sus vidas en un espacio y tiempo que  harán suyo.



Pero en este Edén de los que imaginan habita  la maléfica serpiente de la realidad. Ella, que se mueve a ras del suelo y odia las alas de los sueños, promete paraísos artificiales a los que puedan pagarlos, o dudosos mundos de paz a quienes acepten vivir en Promociones Conformidad.






jueves, 6 de junio de 2013

María del alma mía

Me contó María que, con el tiempo, había aprendido a llorar. Lo decía con un quebranto de voz, que intentaba sofocar; reflejando en la mirada el brillo de océanos de numerosas emociones retenidas.


Confesaba María que un extraño pudor, prendido en el alma desde la infancia, le impedía pedir ayuda, aún cuando el agua la cubría y era consciente de no saber nadar.

Hablaba María de su madre, amante pero poco tierna, que salpicó su infancia con frases como “el que de fuera lo espera frío se lo come” y que, sin pedir nunca, exigía actos que “debían salir de dentro”, colocando los cimientos del muro que, más tarde, ella levantaría.

Interiorizó María una autonomía feroz donde encerró pesares y debilidades. ¿A qué cantar la nana de los sueños rotos a un mundo que reclama la placidez del silencio?

Su voz se envolvió en palabras neutras que disfrazaban de calma las agitaciones. Y los sentimientos de María aceptaron el supuesto refugio del encierro.

Pero hoy, entre lágrimas de alivio y frases sin censura, me decía que estaba cansada, que intentaba abrazar, decir y hasta pedir;  porque le mordían las palabras amotinadas, y le pesaban en el alma los bloques de plomo con los que intentaba protegerla.

Amasando miradas de agua y palabras negadas, María me contempla desde el espejo. La abrazo y, una vez más, lloramos juntas.


martes, 4 de junio de 2013

Intimidades (con güiskises) de la Bete Deivis

Cada equis tiempo me da una especie de crisis cambística (¿existirá la palabra? Word la ha subrayado inmediatamente, pero como aquí no entra nadie de la RAE la dejo). Me digo que he de introducir modificaciones en mi vida planteándome qué.

Consciente de mis limitaciones y de mi carácter no me pongo metas imposibles. Aún así… todavía no me he matriculado en inglés, nunca pasé del segundo ejercicio del curso de taller de escritura, solo fui un mes a Pilates, y utilizo las mallas para andorrear a gusto por casa y realizar estiramientos en el sillón.

Mi último intento fue cultivarme, y ya que el cuerpo se cultiva solo (ver párrafo anterior) decidí a meter en vereda  la mente. Vivo en un lugar sin cine, con pocas exposiciones, pachín pachán musical, un museo arqueológico que he visto varias veces, un paisaje sin grandes sorpresas, un teatro rara vez se abre… Pero un día…vi una foto estupenda en blanco y negro de una actriz mítica: Bette Davis. Alguien (un experto sin duda en el séptimo arte y en su filmografía) iba a dar una conferencia. Y gratis además. Naturalmente fui.

Felizmente fui.

Amigos míos pocas veces lo he pasado tan bien como aquel día. La conferencia era puro surrealismo, era un desvarío continuo, y eso que el ponente intentó mantener cierto orden en su intervención. Consciente de la importancia de su presentación, decidió poner primero todas las fotos de “la Bete Deivis” y luego hablarnos de ella.

Puso las imágenes y acompañó de comentarios como: “ésta no sé de qué película es”, “ésta otra tampoco”, o “es una de foto de estudio de las que ella, que no era guapa, se hacía para lucir sexy”. Así descubrimos que el hombre era experto solo en los fotogramas de la película “La extraña pasajera” y un dato: la Bete Deivis no se tragaba el humo al fumar. Pero, buena profesional, aparentó hacerlo en “La extraña pasajera” (¡naturalmente!) cuando el coprotagonista le ofrece el cigarro que acaba de encender (¡vivan los glamorosos gérmenes eróticos!).

Finalizado el momento fotos, llego la biografía de la famosa actriz. Ahí el hombre desplegó todo su saber y, sin rubor alguno, soltó que “Ruth Deivis –verdadero nombre de la Bete- no fue una hija deseada sino consecuencia de una noche en que su padre penetró sin ganas el cuerpo de su madre. (Juro ante cuantos libros sagrados queráis que no invento palabra alguna y cito textualmente.) Nos informó así mismo que la Bete tuvo cuatro maridos cuyo nombre no recordaba, pero sí que “el primero tenía un trasero amplio y ambiguo”. También apuntó que se le conocieron cuarenta amantes, pero de sus culos no comentó lo más mínimo.

Comprenderéis que a estas alturas mi mandíbula estaba desencajada de aguantar la risa, pero mantuve el tipo y las formas porque siguieron los descubrimientos. Uno de ellos fue que el drama que la Bete protagonizó con Yoan Cranfor se llamaba (por escrito lo puso en una diapositiva) “¿Qué fue de baby Jeans?”, y que durante el rodaje hubo mucha tensión entre ambas actrices puesto que “la Yoan Cranfor perseguía con intenciones lésbicas a la Bete”.  

Llegados a este punto algo se bloqueó en mí. Recuerdo algo de un “teatre”, también que la Bete Deivis tomaba “guiskises”… A esas alturas de la conferencia, inculta de mí, solo quería salir a la calle y carcajearme con ganas, liberar las endorfinas, y… ¿por qué no? tomarme un guiskise llena de glamour, porque en el teatre de la vida, yo Jeins, acaba de asistir a la representación cómica más completa que podía imaginar.

Nunca olvidaré esa tarde de primavera, el lenguaje florido del conferenciante, el dolor de estómago que da aguantarte la risa… Y recordaré,  sobre todo, que el tren de la vida está lleno de extraños pasajeros cuyas sorprendentes historias merece la pena escuchar.