Será que es lunes, o que el calor tan anhelado por fin ha llegado (olé pareado super ingenioso)… La cuestión es que pensaba -tengo esa peligrosa tendencia- que, si tuviese que elegir vivir en Mundo Panga o Mundo Frik, evidentemente elegiría el segundo.
No es que me apasione comer palomitas viendo series, películas míticas, o animes (preferiblemente en versión original). Nones. Más de un fin de semana, yo duermo cual marmota feliz mi paréntesis sestero gracias a las películas de Antena 3 (ahora creo que se llama de otra forma, pero las que ponen son igual de malas). Series veo; pero de policías o detectives "muchísmo listos” que siempre descubren a los culpables y llevan vidas solitarias en las que no florece el amor (ea, tengo un lado borde y envidioso). No me disfrazo de princesa Leia, de personajes de Galáctica, o Star Trek. Soy lo que yo llamaría una personal normal, si tal categoría existiese.
Pero… un día, precisamente un 25 de mayo, día del orgullo friki, fui expulsada de Mundo Panga. Abandoné el paraíso de compras sabatinas en el supermercado, vacaciones cerca del mar, donde te quemas por dentro y te bronceas levemente por fuera; interminables, y poco pintorescas, comidas familiares… Finalizaron las largas jornadas en las que el reto era lograr que los filetes de panga resultasen apetitosos.
Me gustan las alas de pollo fritas y el vino con gaseosa. No tengo coche. Leo clásicos, novelas rosa y negras, y también el Cosmopolitan. Uso tacones cuando bajo la basura. Disfruto tanto en una librería como en un centro comercial. Considero comida un Happy Meal, aunque si estoy en modo madre la cocina tradicional no tiene secretos para mí. Y, gracias a Don Limpio, Las Tres Brujas y Fairy, mantengo tan limpia mi casita como las señoras que salen en los anuncios de Cillit Bang.
La lista de mis incongruencias es larga y se incrementa día a día. Pero hay algo que tengo muy claro: los filetes de panga no saben a nada.