Quién soy

En un mundo imperfecto, yo no soy la excepción

miércoles, 26 de septiembre de 2012

LETRAS OSCURAS


HOMICIDIO INVOLUNTARIO

Es cierto que yo le maté, aunque jamás fue mi intención hacerlo. Se apoderó de mí una fuerza externa, un impulso que me hizo abrir su garganta. El hombre estaba lleno de rabia. Yo sólo fui la navaja inocente que empuñó.



ABANDONO

No es la primera vez que ella huye de su lado y que después de un tiempo oscuro lleno de tinieblas, vuelve a él. Sin embargo esa traición siempre vuelve a vestir el dolor nuevo y afilado del primer engaño. Se pregunta qué busca en otros que él no es capaz de proporcionar. Todos los días estuvo a su lado, envolviéndola suavemente, dejando de ser él mismo para fundirse en ella. Conoce su piel como ningún otro, y ama a aquella mujer desde el primer día, cuando se derramó en ella, con el beso escurridizo del primer contacto.

Sabía que ella volvería, y besaría una vez más su nuca, sus muñecas, sus senos… Pero también que, una vez más, estaban condenados al fracaso sus intentos de embriagarla para ser el único.

Por eso hoy, cuando la retina del espejo burlón reflejaba la imagen de los ojos de la ingrata buscando a otro mientras lo rozaba distraída, la rabia ha estallado rompiendo sus barreras. El frasco de perfume  se ha roto en mil pedazos, destruyéndose para herirla. Con furia ha mordido  su fina piel. Y, a través de pequeñas heridas, se ha transformado en la esencia que penetra sus venas en busca de su corazón.

A FALTA DE PRUEBAS
Fue un crimen perfecto, y no pudieron condenarlo. Para él había sido fácil matarla de aburrimiento.



DEFENSA PROPIA


Alego defensa propia, señoría. Él robaba mis sueños, y pisoteaba mis ilusiones. Sólo yo sé lo difícil que fue atravesar su corazón, sin dañar el otro que latía a su lado. Era el mío, el que un día le entregué.



VOLUNTARIAMENTE

Vivo en un pueblo de suicidas. En algún momento todos nos matamos. Por primera vez he pensado cuál va a ser la fecha en que lo haga yo. Ahora, cuando se inicia la cuenta atrás, sólo me preocupa que, llegado el momento, no me tiemble la mano.





INTERROGANTES SIN RESPUESTA

¿Mueren las ideas? ¿Muere algo que no existe fuera de la cabeza? ¿Mueren ilusiones o teorías? La ventaja es que, al no haber cadaver, no hay delito.


Thomas de Quincey estudió "el asesinato considerado como una de las bellas artes". Yo no aspiro a un crimen hermoso, sino a que su muerte no se lleve todo lo bello que hay en mi vida.


FANTASMA

Murió. La embalsamadora hizo un buen trabajo. Cubrió heridas, escondió cicatrices, perfumó la podredumbre. Incluso fabricó un sarcófago seguro y casi confortable.

Si te encuentras con ella puedes ahorrarte las balas, frenar el brazo que apuñala, o detener las manos de ahogan. El trabajo está hecho.


SIN RAZÓN

Primero la enmudecí. Después esquivé su mirada inquisitiva, e ignoré sus consejos. Podría haber actuado de otra forma, pero cerré los ojos y terminé con ella.

Asesiné a la razón. Mi cómplice brindó conmigo, y todo fue más fácil.

CONSECUENTE
“No tengo nada que alegar. No hay excusas ni explicaciones. Lo hice. No me enorgullezco de ello, ni me arrepiento. Acepto el castigo que la ley me imponga, pero podéis ahorraros los reproches y las preguntas. Decidí, y asumo, sin golpes de pecho ni meas culpas, las consecuencias de mi acto.”

El homicida dejó de escribir, mientras pensaba en la pregunta que flotaba en el aire: “¿Volvería a hacerlo?”

AULLIDOS DESDE ZOMBIELAND

Sin dejar de apuntar a Mary, Frank cargó una vez más la recámara de su arma. Los ojos de ella le devolvían impasibles la mirada, y de sus labios, paralizados en una mueca burlona, brotaban flores rojas perfumando el aire de dolor. Recorriendo su cuello, letras carmesí envíaban su último mensaje: "Lo siento cariño, ya no puedes volver a herirme porque estoy muerta".


 ------------------------------------


  
COBARDÍA LÚCIDA


A veces logro amordazarla.
A veces logro ignorarla.
Pero siempre, ¡maldito efecto boomerang!, vuelve.

COBARDE.  Veo la sentencia escrita por todas partes. Hay miradas que lo trasmiten. Palabras, que disfrazan el pensamiento. Y sobre todo, lo siento yo oprimiendo el pecho, anudando el estómago, y navegando en el agua de los ojos.

COBARDE, sí. Pero existen los barrotes de carne, hueso y sentimientos. Y el diablo muestra el contrato que un día firmé, mientras un ángel duro y justiciero enarbola una espada flamígera impidiendo mi entrada en el paraíso.

COBARDE, entro en el bunker. Reparo las grietas del muro, y las refuerzo. Busco la compañía de los solitarios, dentro de las historias que otros crearon en sus propias prisiones. Y sobrevivo, a la espera de un milagro.


 ------------------------------------------------


INSOMNIO

Estoy haciendo tiempo evitando verme nuevamente a solas con él. La idea de una noche más me produce escalofríos. Intentaré evitarlo refugiándome en un mundo literario, pero mientras yo imagino los campos del medio oeste de Estados Unidos, él se irá acercando. Me recordará que es paciente, que no tiene prisa, y que no puedo rehuirlo.

¡Cómo desearía apoyar la cabeza en una almohada blanca y fría, y olvidar angustias, e incluso deseos! Sólo quiero la paz blanca de una noche sin él. Pero sentiré su abrazo duro y seco. Implacable, pasará revista a la retahíla de sueños rotos e ilusiones enterradas, y el reloj marcará, hora a hora, una noche más de sabanas revueltas, testigos de mi impotencia para hacer frente al insomnio que devora mi energía apagándome

-----------------------------------------------------


EPITAFIO

Era famoso por escribir epitafios perfectos. Sus letras nacían muertas, sin necesidad de  vestirlas de negro.

 ----------------------------


MUERTOS

Allí estaba, frío y ajeno. ¿Muerto?

Los muertos no hablan.
Los muertos no pueden secar las lágrimas que brotaron por ellos.
Los muertos no abarcan con los brazos, generando calor y  rompiendo hielos.
Los muertos no ven aunque creas que te miran.
Los muertos se apagan,  atrapado el corazón en el silencio.

Tras el cristal blindado, lo veo, y pienso ¡que solos están los muertos!


--------------------------------


VENCIDA

Declaro mi derrota. Ganó la tristeza. Venció una realidad gris.

Hace tiempo que la bandera blanca se hizo jirones. No hay estandartes. No hay plazas que tomar. No hay botín.

Camino sobre  ruinas. Brotan nuevas heridas en los pies.


---------------------------------------------

RÚBRICA

"Mi misión es matar el tiempo y la de éste matarme a su vez. Se está bien entre asesinos."
CIORAN, Emile Michel








domingo, 23 de septiembre de 2012

Dreamer

Me invade la sensación de alivio y desasosiego que llega tras una pesadilla. En realidad, técnicamente no era tal, tan solo un sueño largo y turbador con intermitencias que parecían reales.

Hoy el frescor de la gran cama con sabanas, que huelen a limpieza  y ofrecen olvido, era una tentación a la que, ante la perspectiva de una solitaria sobremesa de domingo frente el televisor, sucumbí sin dudar.

La lectura de unas cuantas páginas, el calor que todavía no abandona estas tierras al sur, el silencio de una calle sesteando al sol, y mi propio agotamiento fueron excelentes inductores a un sueño pesado y, pretendidamente reparador, que no se hizo esperar.

En algún momento me llamaron para recordarme que tenía que obligaciones que cumplir. Bajé a la calle y subí a la parte trasera del coche. Sonia, tangencialmente relacionada con mi trabajo, me saludó sonriente y llena de energía. Juan,  el viejo amigo con el que tanto he hablado de familia, iba al volante. Yo, consciente de adonde nos dirigíamos y porqué,  repasaba mentalmente si no había olvidado nada. Sentía que no deseaba hacer aquel viaje, pero también que era mi responsabilidad realizarlo. Cuando, pocos metros adelante,  el coche se detuvo y el conductor explicó que volvería en unos minutos, yo también bajé murmurando que había olvidado  algo en mi casa a la que corrí. No era una excusa. Sé qué buscaba algo imprescindible para mí.

Abrí puertas y hurgué cajones. Revolví ropas. Revisé papeles. El tiempo apremiaba. Quise llamar para decir que me esperasen, que solo era cuestión de minutos encontrar aquello qué fuese que tanto necesitaba. Pero las teclas del teléfono solo marcaban el primer dígito, mientras una angustiosa impotencia se iba a adueñando de mí.

Cayó a plomo sobre los parpados el cansancio, y me dejé caer en la cama. Necesitaba cerrar los ojos solo un momento para recuperar la calma. Y caí en un pozo oscuro, sin aristas, sin preguntas y sin respuestas; un pozo de densa nada que  me iba cubriendo lenta y dulcemente.

Me llegó la voz de Sonia gritando que me había encontrado. Sentí vergüenza  por haberme dormido. Pero antes de abrir los ojos y dar cualquier explicación, ella comenzó a hablar de desvanecimientos, de sanitarios, a comprobar si reaccionaba a sus pequeños golpes en la cara. Quería decirle que estaba bien, que solo  deseaba descansar unos segundos. Intenté abrir los ojos y los labios. No podía. Me apenaba saberlos asustados por mí cuando no me sucedía nada malo. Y, sin embargo, quería prolongar aquella sensación de ausencia, estar sin ser. Anhelaba un tiempo más en aquel refugio oscuro donde nada era real y, por tanto, nada dolía.

Cuando abrí los ojos estaba sola. La luz dorada de la tarde llenaba la habitación que siento mía. El libro, la almohada, el teléfono… todo era, es, familiar. El recuerdo de aquellas imágenes pasaba en diapositivas, una y otra vez., pero la realidad estaba allí, con sus ruidos, sus luces y sombras,  y sus demandas.

Hay sueños que me habitan, amasados de imposibles, a los que no puedo renunciar sin dejar de ser yo. Por ello, negocio treguas, propongo pactos, enarbolo intrincados razonamientos en esta dimensión de realidad donde, hoy por hoy, me defino.





sábado, 22 de septiembre de 2012

Camuflajes

Nunca me maquillo. Lo cierto es que no sé hacerlo, y no me apetece salir a la calle hecha una máscara.  Sí utilizo cremas, protectoras para el sol, hidratantes de día, y nutritivas de noche. Me lanzo al mundo, tal cual con mis pecas al viento, y brioso taconeo.

Ante la vida, yo, la persona que se viste de carne y hueso, hago lo mismo. No uso maquillajes que camuflen imperfecciones y resalten mis mejores rasgos. Siempre procuro mostrarme tal y como soy, porque parto de una sencilla premisa: si finjo ser otra y me aceptan ¿de qué me sirve si no soy yo? Lo que si hago es protegerme, al igual que protejo la piel, y pongo barreras defensoras  alrededor mío. No son excesivamente altas, ni están electrificadas. Las derribo cuando considero llegado el momento, y las levanto sólo después de mucho pensarlo.

Sin ser camaleónica intento adaptarme a la vida. Como hacemos con la ropa, que elegimos según acontecimientos o estaciones, yo busco aquello que me hará más llevadero el día o el momento. En verano luzco tirantes, bikinis, y flores; en invierno jerseys, tejanos, y abrigos. Soy la misma bajo una leve tela o bajo un paño grueso, solo es cuestión de saber mirar.

Para caminar hago lo mismo, sandalias ligeras cuando el  entorno lo pide, y fuertes botas cuando el tiempo es inclemente. Se trata de seguir, de una forma u otra.

Me visto de color según la estación, y el ánimo, pero siempre busco, aún en la noche más negra, el brillo de una estrella en forma de fulares de colores que lanzo al viento,  y puedo gritar que estoy viva enfundada en un abrigo rojo.

Todos nos camuflamos para sobrevivir en la selva que  habitamos con otros. Incluso en la guarida, que llamamos casa, intentamos protegernos. Somos vulnerables, y buscamos calor en abrazos, palabras, o pijamas de franela para alejar al frío que puede llegar a paralizar el corazón.




martes, 18 de septiembre de 2012

Orgullo


Nunca quise hacerle daño a la mujer. No significaba nada para mí, solo era alguien  que acababa de aparcar el coche lo suficientemente cerca como para garantizarme un atraco fácil y rápido.

Yo necesitaba dinero y todo en ella lo anunciaba. Era una de esa viejas sin edad que  intentan atrapar la juventud a golpe de bisturí y talonario.

Me dio rabia comprobar que a la muy puta no le temblaban las manos cuando me entregó, una a una las sortijas que lucían sus dedos ociosos y cuidados.  Yo  notaba como un sudor pegajoso y frío bañaba mis manos, mientras intentaba disimular el temblor amenazándola con la navaja.

Juro por mis muertos que no pensaba pinchar  a aquella zorra. Yo solo quería un poco de pasta para irme donde el Suso y meterme algo para que dejasen de dolerme los huesos y la mierda de vida que tengo. Pero, cuando ya  iba a salir corriendo, ella  me miró con el mismo desprecio que  los tíos miraban a mi madre cuando se abría de piernas para conseguir un pico.

¡Me sentí cómo Dios cuando  mi navaja borró el orgullo de sus ojos y apareció el miedo!






Nota: Este texto fue escrito para el taller de cuentos de grupobuho, bajo el tema "marginados".

domingo, 16 de septiembre de 2012

Bajo las estrellas

Esta es una noche rara que se parece a otras, pero a la vez es distinta. Como dijo el filósofo aquel, todo fluye, todo es cambio… Y la primera en cambiar fui yo. Recuerdo que hace mucho leí una novela titulada “La camisa de la serpiente”. Aprendí así como se llamaba a esa piel que dejas en el camino para seguir avanzando.

Miro hacia atrás y descubro mis camisas tiradas en la senda de la vida. ¡Cuántas hay! Veo la de la niña que inventó una amiga imaginaria para sus juegos, la de la lectora voraz que descubrió el mejor pasaporte para otros mundos, la de la adolescente que soñaba con querer y que la quisieran, la de la mujer que intentó mantener el rumbo que marcaban las cartas de navegación, la de la superviviente equilibrista en la cuerda floja…

¿Cuántas camisas quedaran bajo esta piel? ¿Cuántas metamorfosis más?

Esta noche es igual a otras, y yo me parezco a otras mujeres.

Esta noche es distinta a otras, y yo soy diferente a otras mujeres.

Todo es verdad.

Aquí, en la sinceridad absoluta de las letras a solas, yo Jane miro las estrellas sin buscar guía. Muchas de ellas se apagaron, aunque su luz llegue aún. Por eso me gustan, porque existen y brillan, aunque ya no sean nada, en el instante fugaz en que las atrapa una mirada y vuela con ellas.

Hay estrellas en esta noche extraña  tan diferente como semejante a otras.




BLUE TEARS

Poseo la capacidad de escribir todas las palabras del mundo, de formar ramilletes con ellas y hacer poesía, de inventar nuevas frases de amor, y sin embargo jamás podré decirte lo que siento por ti.

Condenado estoy al silencio, a amarte en soledad, a seguir tus ojos que buscan un amante que nunca seré yo.

Mis días carecen de sentido y forma, sin ti. No soy nada hasta que tú apareces; entonces puedo ser todo. Contigo puedo construir castillos flotantes, palacios de cristal, ciudades mágicas, universos inventados… Sin ti, languidezco en un rincón.

Amo tus manos tiernas, cálidas y nerviosas que me transmiten la vida cuando me rozan. Me pierdo cerca de tu boca, anhelando esos besos que nunca llegan; los que regalaras a otro y nunca a mí. Me muero de dicha cuando me llega un soplo de tu aliento. Me conmueve el gesto pensativo que frunce tu boca, y dibuja una arruga en tu frente.

Nunca desee tanto ser diferente, como ahora que te conozco. Ser ese que te abrace en la noche, te acaricie al amanecer, y ahuyente tus pesadillas.

Tú eres mi amor, mi vida, mi razón de existir.

Yo, para ti, simplemente no soy.

Desearía que los cuentos se hiciesen realidad. Encontrar el conjuro capaz de transformarme de simple bolígrafo enamorado en hombre amante, y tener para ti voz, labios, y manos.

Y porque sin ti no soy nada, mientras que tú, sin mí, sigues siendo todo,  es por lo que, cuando tus manos me tocan las cubro de lágrimas azules.




sábado, 15 de septiembre de 2012

Comer perdices no implica ser felices

De pie, junto a la limusina, la vio llegar. Aunque ella no necesitaba la magia para brillar, aquella noche lucía esplendorosa, envuelta en un sueño de Chanel. Le habría gustado decirle lo hermosa que estaba, pero conocía su papel en la obra, y se limito a  abrirle la puerta. Fue entonces cuando notó un  ligero pinchazo en el costado izquierdo, y se tambaleó rozando su brazo desnudo. Ella, a su vez, lo miraba con sus ojos de luz llenos de preguntas.


-         ¿Eres Tom?

-         Tomás, vuestro chofer.

-         Tom o Tomás qué más da el nombre. Eres tú, mi compañero de tantos anocheceres.

-         Eso terminó. Ahora debo llevarte a cumplir tu destino. Todos te aguardan.

-         ¿Qué destino? ¿Un príncipe que solo me reconocerá si voy vestida de gala? ¿Alguien que me amará sin saber quién soy? Tom… Reescribamos esta historia sin sentido y hagámosla nuestra. ¿Acaso has olvidado todo lo que te he contado junto al fuego o mirando las estrellas en nuestras noches a solas? Tú escuchabas tumbado en mi regazo, pero yo sentía que me comprendías. ¿No era así?

Los  felinos ojos verdes  brillaron en la oscuridad:

-Sabes que sí.

-Y tú sabes que hay un lugar nuestro, esa isla que inventamos y a la que llamamos Existiamo. Yo no quiero bailar hasta las doce de la noche en brazos de un principito azul, ni correr perdiendo un zapato de cristal que, por cierto, me está matando. Deseo bailar contigo canciones en idiomas que no comprendo pero hago mías. Podríamos fugarnos.

-¿Y cambiar el final del cuento?

-Los cuentos son fantasía, y qué mayor fantasía que la libertad de elegir.

-¿Renuncias a un príncipe?

-No renuncio a mi compañero que eres tú. ¿Vamos?

-Sí.

-Espera -se quitó los zapatos de cristal, volviéndose hacía él con una sonrisa.- ¿Sabes que dirección tomar?

-Hasta el infinito y más allá.


………………………….



El salón resplandecía. La flor y nata de la aristocracia se congregaba aquella noche en el baile de palacio. En los cuellos de las damas refulgían las joyas, los caballeros se movían con la elegancia de siglos de cultivar las más refinadas reverencias,  y los músicos tocaban las piezas de baile más exquisitas. Pero el apuesto príncipe no disfrutaba de tan hermoso entorno, sus ojos contemplaban preocupados el gran reloj a punto de dar las doce de la noche. Entonces sonó su móvil de última generación. Era la voz del Hada Madrina:

-Tengo malas noticias. Cenicienta no llegará esta noche. Se ha fugado con el chofer. Es un plebeyo al que convertí en gato hace años cuando no quiso desposar a la condesa Lucrecia. Al parecer, él y Ceny llevaban tiempo intercambiando confidencias y hoy, aprovechando la coyuntura, han escapado.

-¿Y yo qué? ¿Cómo voy a explicar este bochornoso suceso a mis súbditos?

-Tranquilo, príncipe. Estas cosas pasan cuando un amateur con ínfulas literarias se mete a reescribir cuentos. Ya saldaré yo cuentas con la tal Jane. Además,  la imagen de la dulce y sumisa Cenicienta estaba  pasada de moda. Ahora el público reclama otra cosa, así que preparaos para enamorar a una mujer famosa, mediática, y tan querida por el pueblo que la llaman su princesa. Ya he hablado con su representante, y está de acuerdo en organizar un romance al que daremos la mayor cobertura. Olvídate de poblar sueños infantiles, príncipe, ahora serán las madres y abuelas las que buscarán tu rostro en revistas y programas de televisión, e incluso es posible que hagan un serie con tu vida. Dejarás de ser un príncipe anónimo y, si el gran público te acepta, quién sabe lo que puede pasar.



El príncipe sonreía escuchando a estas palabras, cuando el reloj comenzó a dar las doce campanadas. En ese mismo momento, en un lugar camino de alguna parte, una antigua cenicienta y un soñador rebelde buscaban en  las estrellas el camino a  ese lugar que un día llamaron Existiamo.


Y colorín colorado este cuento… en realidad no ha empezado, pero no hay comer perdices para ser felices.






viernes, 14 de septiembre de 2012

Una isla llamada pretérito imperfecto

Yo tuve un gran amor y una isla.


Mis diecisiete años lo amaron. Quiero creer que sus diecinueve también lo hicieron. El nuestro fue un amor de juventud, loco e intenso, de doloroso final.



La vida siguió su rumbo. Él conoció a otra. Yo volví a enamorarme.



No sé bien qué me llevó a la isla. ¿Desencanto? ¿Rutina? ¿Soledad? Un día vestido de gris la descubrí, una isla de juventud,  colorida y luminosa, donde el tiempo se había detenido. Era un lugar mágico, ajeno a las coordenadas espacio-tiempo. Crucé el espejo, como Alicia, y pasé a otra dimensión donde las cosas habían sucedido de otra forma. Y allí viví, mil veces, aquel viejo amor; renovándolo con cada herida, buscándolo en cada tarde empañada de melancolía.



El “que hubiera sucedido…” allí “era”. Yo saltaba las cuerdas temporales de las que habla la física cuántica cada vez que la tristeza me apuntaba a la cabeza. Huía de mi realidad para poder vivir.


Imaginar otra posibilidad más feliz era fácil. Unos hombrecillos trajeados de gris aparecían alguna vez en mi cerebro blandiendo la lista con las recriminaciones, que alguna vez nos lanzamos. Enumeraban los enfados que tuvimos, dibujando una historia de amor más oscura que rosa. Yo escuchaba aquel viejo discurso. ¡Bien sabía cuánta verdad encerraba! Pero había otra lista, mucho más larga, hecha de tardes de primavera, música, risas, paseos, cine, y besos en el portal. ¡Pobres hombrecillos grises! Cumplían su trabajo a la perfección, pero no podían competir con mis recuerdos en tecnicolor.



Mis visitas a la isla no seguían orden alguno. Podía pasar por allí cada día, o bien permanecer semanas sin acercarme a ella. ¡Era tan fácil atravesar la frontera de la fantasía! Un nombre de hombre me bastaba para encender el interruptor de los sueños.

Un día me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no iba a la isla. El mismo  que llevaba sin pronunciar aquel nombre. Comprendí que ya no viajaría más hacia aquel lugar que yo había creado. Miré alrededor y me reconcilié con mi vida, edificada con realidades y pintada de todos los colores, incluyendo el negro y el gris. Subí al desván de mi mente. Recogí el mapa imaginario de mi isla y, envolviéndolo en la dulce fragancia del recuerdo, lo deposité en mi corazón.



sábado, 8 de septiembre de 2012

Ayer, hoy y, posiblemente, mañana

Hoy, mientras me dedicaba a mi ocupación favorita el “dolce far niente”, y recordaba tardes infinitas perdidas en la prehistoria de mi vida, me ha venido una “certeza” a la cabeza. Como tengo pocas, la he arrinconado en la parte del cerebro que he descongelado para realizar las funciones básicas de supervivencia vacacional, y la he estudiado como merecía.

Mi primera comprobación ha sido saber si era una certeza verdadera o una hábil impostora. Para ello le he aplicado el tercer grado “¿Cómo has surgido? ¿Por qué ahora? ¿Qué vienes a buscar?” Parecíamos el dúo Pimpinela la certeza y yo, pero al final ella ha logrado convencerme de su veracidad.

Así ahora puedo afirmar con total certeza que, tanto mis padres como yo, fuimos tremendamente afortunados al traerme al mundo en  el "baby boom" de los sesenta.

Imaginaos ahora, en pleno siglo XXI, una niña seria, callada y tranquila casi siempre sentada en un rincón leyendo cuentos. O escribiéndolos;  la mayoría de las veces sin necesidad de lápiz y papel, en la página en blanco sin fin de su cabeza. 

Hoy esta niña habría ido 1 ó 2 veces por semana al psicólogo y hubiese sido la ruina de sus pobres padres. En cambio los míos estaban tan contentos con esa hija que “se entretenía sola” y “no daba guerra ninguna”.

Podría decirse que logramos mantener una conveniente  situación de “status quo” durante bastante tiempo, aunque alguna que otra vez su mundo y el mío colisionaron como la tarde en que mis imaginativos seis años se enfrentaron a su aplastante realidad.

Yo vivía, alentada por los cuentos que me transportaban cual Alicia manchega al otro lado del espejo,   entre el mundo de la fantasía y la rotunda seguridad de una realidad confortable. Pero aquel  día de septiembre, en pleno auge de la feria de Albacete,  vi expuesto ante mis ojos el mundo tantas veces imaginado.  Un fotógrafo ambulante tenía todo aquello con lo que yo soñaba: la casita de la ratita presumida, el espejo de Blancanieves, el bosque de Caperucita… Radiante, ingenua y caprichosa, pedí a mis padres que me comprasen aquel paraíso soñado.

Creo que si mis padres hubiesen hablado de la imposibilidad de comprar aquellos enseres lo habría entendido. Había leído cuentos de humildes pastorcillas, de huérfanas empobrecidas, de labradoras cuyas joyas eran las estrellas que brillaban en el cielo cada anochecer. Y sin duda me habría dolido menos que lo que sucedió.

Mi madre se detuvo y fue señalando la ropa raída que mostraban los personajes que siempre habían brillado en mi imaginación. Insistió en que me fijase en cómo la pintura de vivos colores se agrietaba y desaparecía de la mayoría de los enseres. Bajo su mirada aquellos objetos fueron perdiendo luz y magia. Empleó palabras como “apolillado”, “polvoriento”, “sucio”… Y entonces también  yo lo vi.

No me gustó aquel mundo de polvo, trapos y grietas.

Sigue sin gustarme, por eso  todavía sueño a pie de calle, mientras me balanceo -a pesar del vértigo- en el puente colgante que lleva al reino de Fantasía.









¿Y si cae una estrella?





La magia llega cuando creemos reconocer una sombra. Una chispa de luz cubre de matices plateados el más gris de los paisajes y, durante una fracción de tiempo, a veces mínima y siempre intensa, planea una certeza posible disipando lo improbable. Durante ese instante tocamos una estrella, bailamos la misma música y, sin palabras, hablamos el mismo lenguaje.

A menudo despertamos del sueño de la más maravillosa de las sinrazones.

Sin embargo, a veces ocurre.

Y algunos, soñadores absurdos, vagabundos utópicos y quiméricos exploradores,  esperamos siempre que caiga una estrella.




viernes, 7 de septiembre de 2012

Nocturno

Fue ella la que lo eligió. Lo llevó a su casa y lo instaló en su cama. Lo vistió y comenzó a compartir con él sus noches.

Él comenzó así a saber de sus miedos, de sus soledades, de sus sueños, de sus anhelos.

Aprendió a reconocer el gesto de cansancio último, cuando ella dejaba las gafas junto al libro y apagaba la luz. Ése era su momento, cuando ella apoyaba su cabeza en él y lo abrazaba.

El día sin ella era largo, vacío, kafkiano… Solo su contacto, cada noche, daba sentido a su existencia. Él se conformaba con aquella relación, no pedía más.

Una noche ella lloró sobre él. Se sentía perdida y asustada, abrumada por unos sentimientos que creía olvidados. Susurró un nombre, anheló unos besos, añoró unos abrazos. Estaba enamorada, le confesó.

El corazón de látex y espuma del almohadón se rompió.














miércoles, 5 de septiembre de 2012

Moto satánica

Alguien me preguntó hace tiempo si creía en el destino. Creo en la relación causa-efecto, le respondí.

Causa: una moto.
Efecto: una conversación con el propietario de una Harley.

Aclararé que no me interesan especialmente motos ni coches, y soy incapaz de distinguir modelos y marcas. Paso todos los días, camino del trabajo, por delante de dos talleres: uno de coches, el otro de motos. Nunca me había fijado en los vehículos aparcados a la puerta. Hasta ayer.

Finalizada mi jornada laboral, volvía ligera de pies y cabeza, cuando una visión me frenó en seco. ¿Habéis visto lo que pasa en los dibujos animados cuando un personaje va corriendo y se detiene súbitamente? Eso hice yo, clavando prácticamente los tacones en la acera. No era para menos, os lo juro. Allí, entre otras mucho más vulgares, estaba ella, la moto más frikie del mundo. Podía pertenecer, no ya a un ángel del infierno, sino al jefe, el mismísimo Satán. Incapaz de dar crédito a mis ojos intenté memorizar todos sus detalles. Y, desbordada por tanta información, opté por seguir la vieja máxima: una imagen vale más que mil palabras. En este caso dos imágenes que capté con el móvil, porque sabía que nadie creería en la existencia de semejante vehículo sin pruebas.

Hice la prueba de fuego. Envíe las fotos a la mujer más rara que conozco. La reacción no se hizo esperar. Textualmente, me dijo, que la sangre se le había helado en las venas. Y debió ser verdad porque ayer iba a donar sangre, y no pudo hacerlo.

Yo pensé tarde y noche en la moto satánica. Estudié todos sus detalles, y empecé a preguntarme quién sería el propietario de semejante máquina. Evidentemente era un hombre trasgresor al que le importaba un comino la opinión del resto de la gente. El ramo de flores junto al puño izquierdo sugería un hombre romántico decidido a agasajar en cualquier momento a la persona que robase su corazón. Una calavera con sombrero cowboy podía significar su personal interpretación de las nuevas tendencias góticas y vampíricas. Un troll y una brujita hablaban de un hombre con alma de niño. Una especie de pájaro de peluche insinuaba amor a la naturaleza. Y la sublime mariposa azul era un canto al amor y la fantasía. Además, el caballero pensaba en todos los detalles porque había forrado el asiento con una especie de alfombra de peluche marrón para dotar de confort a sus desplazamientos.

Hoy regresé a casa decidida a averiguar la identidad del motero. Tuve suerte; la motofrikie seguía aparcada ante el taller. Me detuve, almacenando nuevos detalles: un muñequito, un San Antonio (mmm patrón de las almas solitarias), una bocina…

Y entonces escuché una voz varonil que decía:

- ¿Te gusta la moto?

Me volví, confieso que avergonzada, y respondí:

- Estoy fascinada.
- Ya te vi ayer haciéndole fotos.
- Me pregunto quién será el dueño de algo así.

Amablemente, el propietario del taller me informó de la identidad del mismo, tirando por tierra mis ilusiones, pues un efebo tendría más posibilidades que una venus taconera como yo. Pero, si una puerta se cierra otra se abre, el cortés mecánico, señalando una brillante, oscura y preciosa moto (que hasta yo identificaba como Harley) dijo:

- ¿No te gusta más la mía?

Oportuno sonó el móvil, evitándome meter la pata. Mi amiga preguntaba si seguía la muestra de arte urbano sobre ruedas expuesta al público. Me despedí con un gesto, mientras él sonreía socarrón.

Mañana paso de nuevo por la puerta. Me pondré tejanos por si acaso me invita a un paseo.


Una imagen vale más que mil palabras, por eso... tengo dos




Fotos propiedad mía, que aún me duele la retina de la impresión.







domingo, 2 de septiembre de 2012

Carta a Jane



Querida Jane:

Es la primera carta que te escribo, aunque mucho es lo que hemos hablado. Tú pareces tener más respuestas que yo, o al menos tus dudas no impiden que enarboles tus certezas. Me gusta imaginarte en tu trocito de selva esta noche, escuchando esa nada que te rodea y que viste el silencio.

Sé que te cuesta caminar; pero lo haces aunque tengas heridas en los pies y muchas más en el alma. No puedes detenerte. No es una elección la tuya, sino una necesidad. Aún así quiero creer que eres la parte fuerte de esa otra que nos engloba, porque bien sabes que yo no lo soy.

¿Qué podemos hacer nosotras, Jane? Podemos llamar a la analítica y racional que a veces aparece, pero nunca nos han servido las teorías, ni las propias ni las ajenas. Tú caminas sin mapas y yo me arrojo a ríos revueltos a pesar de que nunca aprendí a nadar y mucho menos a guardar la ropa.

Cuando tú apareciste alguien me dijo que Jane siempre sobreviviría. Sé que es cierto. Pero te miro en noches como esta, exhausta, casi rendida a un cansancio viejo que se apodera de ti y me pregunto qué precio pagas por esa supervivencia que también es la mía.

Querida Jane… dame la mano. Si tú das los pasos yo te sigo.







Con mucho cariño a todas las Jane's, en especial a Maite, que siempre ofrece una sonrisa nacida en el corazón.
Besos  siempre sureña de mi alma.

EN LA ESCALERA

Cuando yo era niña tenía un lugar especial. No era una habitación secreta, ni un literario desván, ni un bucólico paisaje… Mi lugar era algo tan prosaico como el tramo de escaleras que llevaba a mi casa.

Cuarto piso, el último de un bloque sin ascensor; allí estaba mi  vivienda. En los 8 últimos peldaños que separaban el tercero y el cuarto, surgía un universo que yo transformaba según mi estado de ánimo.

Mi madre, como mis vecinas, sacaba las macetas más bonitas a la escalera en un intento de embellecer aquel lugar. La luz entraba a raudales por las ventanas que iluminaban cada descansillo. Pero lo mejor de todo era que, al ser el último piso, casi nadie transitaba por aquellas escaleras, y  durante horas y horas aquel territorio era mío.

Allí dibujé princesas. Leí cuentos y libros de aventuras. Jugué a los recortables. Inventé familias invisibles que habitaban los distintos peldaños. Yo era la creadora de un microcosmos renovado cada día.

Escuchaba  la sordina de las novelas de la radio que, cada tarde, escuchaban la mía y otras madres. Aprendí a identificar las pisadas de  cada vecino. Y, al abrir cada puerta, me llegaban ecos de otras vidas a través de olores a comidas y voces ajenas.

Contemplaba la vida desde mi atalaya, impregnándome de realidad al tiempo que me movía en los mundos de fantasía que ocupaban mis ocho escalones.

Sigo haciéndolo ¿sabéis? Acomodada en el último escalón veo, no una imagen parcial de la entrada de mi casa, sino que logro el distanciamiento preciso para contemplar la vida. No importa que no obtenga respuestas puesto que tampoco hago preguntas. Solo miro. A veces lo que veo me duele, en otras ocasiones me conforta, o me aturde. Nunca encontré las instrucciones de uso para vivir, así que utilizo el método ensayo-error, aprendiendo algo y equivocándome mucho.

Y hoy es un buen día para sentarse en la escalera.