Quién soy

En un mundo imperfecto, yo no soy la excepción

lunes, 2 de julio de 2012

BATIBURRILLO DE COMPLICACIONES VITALES, POSTURAS Y LÁMPARAS ROJAS

Cuando se complica la vida, más vale dejarse de existencialismos detectivescos  del tipo  por qué o cómo ha pasado, apretar los dientes y plantarle cara, aferrando algunas certezas y tirando “p’alante”.

Yo inauguré este año de gracia de 2012 decidida a realizar cambios importantes, pero en algún momento me cambiaron el guión, lo sencillo se enmarañó y lo difícil siguió siéndolo.

Absurda mortal que soy, una de las complicaciones con las que no contaba era tener problemas de salud. ¿Por qué habría de hacerlo si hasta ahora no había sufrido ni una gripe y los virus me abandonaban en cuanto pasábamos un par de días juntos? Y sin embargo…

Mis dolores al caminar, siempre achacados por el traumatólogo de cuyo nombre no voy a olvidarme a una ciática, derivaron en una pequeña intervención de rodilla que resultó tan innecesaria como ineficaz, y desembocaron en una cirugía con mayúsculas que me devolvió a casa en ambulancia y un estricto postoperatorio.

El estado de convaleciente es aburrido. Te vuelves irritable, egoísta, intransigente. Yo me sentía así, aunque intentaba disimularlo para que los humanos que me soportaban no confirmasen que, en algún momento, el espíritu de un súcubo se había apoderado de mí. Aguanté, pues, con el mayor estoicismo que pude cuatro semanas de reclusión y movilidad limitada.

Lo de estar en casa no lo llevaba mal. Me gusta la vida tranquila,  leer y, sin llegar a la categoría de cinéfila, podría definirme como peliculera. Entenderéis ahora el por qué en una de mis primeras salidas al mundo libre compré una lámpara de exterior de esas que se cargan con luz solar. Mi objetivo era crear en mi balcón un rincón chill out donde reposar cuerpo y mente, siempre que lograse empotrar una hamaca en su medio metro de anchura, titánico empeño del que aún no he desistido. Me imagino tumbada, contemplando un maravilloso paisaje de tejados galdosianos, un trocito de jardín que al anochecer se convierte en el hogar de cientos de pájaros, las estrellas, y el acompañamiento perfecto del blues. (Esto lo ha escrito el súcubo burlón para demostrar que lo que yo considero sensibilidad es lo que el resto del mundo define como ñoñería)

Sin embargo sí hubo algo que me resultó casi insoportable durante las cuatro semanas de recuperación básica, y fue dormir en la llamada “postura de seguridad”. Esta tortura consiste en dormir boca arriba, con las piernas abiertas y los pulgares mirándose. No puedes girar, ni flexionar. Si te pican las piernas, como era mi caso, mandas a alguien a comprarte un rascador chino de plástico color marfil y aguantas como puedes.  Podéis reír cuanto queráis, no vais a ser los primeros. Mi mejor amiga se apresuró a hacerlo cuando me contempló de esta guisa, y rebautizó la postura como “la de la ofrecía”.

Hace solo tres meses que vine a esta casa y ya el primer día descubrí su mayor atractivo: “El cielo azul”. Si pensáis que soy cursi posiblemente estéis en lo cierto, pero no por que yo, ahora en fase contemplativa, esté descubriendo las maravillas de la naturaleza. El cielo azul del que yo hablo es un bar frecuentado por esa raza de hombres dotados de una mirada poderosa capaz de calcular la talla de sujetador y  evaluar los volúmenes y redondeces de cuantas mujeres pasan por la calle sin alterar la postura clásica de apoyo decorativo en la barra.

Mi amiga, además de poseer un cuerpo curvilíneo estudiado convenientemente por los celestes parroquianos, es mujer de mente ágil  y gran sentido del humor. Diariamente se ofrecía –en honor a mi postura- a enviarme uno de los adonis que, a cualquier hora, poblaban el pretendido cielo, tan azul como terrestre. Tentador ofrecimiento que, voluntariosa, siempre rechacé.

Sin embargo tal vez me atrae la idea de conocer a un visitante celestial más de lo quiero confesar. Debió ser mi subconsciente el que pulsó “erróneamente” en la dichosa lámpara, la primera noche que voilà se hizo la luz, el provocativo color rojo  en lugar del blanco neutral como yo pretendía. Por suerte era la hora mágica de millones de aficionados que veían como su equipo ganaba por goleada la eurocopa, y el único color rojo que importaba era el que simbolizaba la selección.

Ya os dicho antes que la vida se complica o contribuyamos o no a ello. Decidida a simplificar al máximo la mía, pulsé rauda y veloz el botón off de la lámpara equívoca. Y, envuelta en castos algodones, libre al fin de la tiranía de posturas postoperatorias, me dispuse a buscar un sueño reparador, porque si bien la carne es débil os aseguro que los huesos no se quedan atrás.




domingo, 1 de julio de 2012

CALMA CHICHA

Despierto de golpe. El puño del miedo deja una presión en el vientre que me angustia. Quiero borrar el desasosiego que deja la pesadilla inquietante. Ojala pudiese cerrar los ojos y cruzar a una realidad distinta, pero desear no sirve. Tal vez por eso lloro, a pesar de mi supuesta madurez, y tecleo gritos de socorro en la tarde de verano.

Me doy cuenta de que me he puesto el vestido de cualquier manera. La  cremallera que cierra la espalda se abre mostrando la desnudez que he entrevisto en el sueño. Ahora que no me tiemblan las manos debería subirla, pero para qué.

Intento recoger los pedazos de lógica que han saltado. Todo está en orden me digo. Calma. No hay fotos esparcidas por el suelo recordando a los que no están. Si subiese las persianas, la tarde de verano se apoderaría de la casa llenándola de luz y color. La única pantalla que hay encendida es ésta, y quien habla de desde ella soy yo. Ha desaparecido el olor ajeno y las dentelladas de su risa arisca ya  no me devoran.

Respiro dejando escapar esa ira que no quiero dentro. Doy vueltas apoyada en las paredes que me acogen. En estos momentos querría fumadora y obligar a los pulmones a buscar el oxigeno que necesito. Igual podría servir un trago de whisky. Se trata de adormecer esta lucidez implacable que me araña por dentro.

De pie, en la cocina bebo agua. Subo la cremallera del vestido y, ante el espejo, eludo adivinar donde acecha el miedo.

Llaman a la puerta. El castillo de naipes milagrosamente sigue en pie y la dama de la torre vuelve a contemplar el mundo desde la ventana

Gracias

Me habría gustado dar las gracias a todos los que me habéis acompañado con vuestra lectura y/o comentarios, pero me confieso incapaz de añadir un comentario (podría aspirar a medalla de ser infotorpe modalidad olímpica). Tan chapucera como agradecida, lo hago desde aquí, como una entrada nueva, justito antes de dejar otro pedacito de Jane en su blog.

Abrazos.