Quién soy

En un mundo imperfecto, yo no soy la excepción

miércoles, 20 de mayo de 2015

Resistencia

Hace unos años la habrían llamado doña Paula; pero hoy, sin el tratamiento delante del nombre, recuperaba cercanía en un espejismo de juventud. Le costaba reconocer que casi una década había pasado desde que cruzó la frontera del medio siglo y, agitando la melenita bien cortada y teñida, pretendía ahuyentar las sombras del tiempo que  le apagaban la piel y ralentizaban andares.

Cada mañana abría el armario escogiendo las favorecedoras prendas que vestían un cuerpo aún esbelto y de apariencia juvenil. Sabios retoques en el maquillaje devolvían una imagen en el espejo de edad indefinida, suspiraban los años recuerdos pasados, y el presente respiraba la esencia de un perfume tan delicado y sutil como una esperanza.

¿Dónde estaban los quince, los veinte, los treinta e incluso los temidos cuarenta? Las manchas de sus manos inventariaban escrupulosamente el paso de la vida y los dedos, aunque afilados en perfecta manicura, cada día se descubrían más nudosos, semejantes a las ramas de un árbol viejo de savia lenta.

El ayer sin arrugas ni miedos, de manos explorando rincones y revolviendo cabellos, de ojeras felices en sabanas revueltas, de palabras inventadas en la pasión y la ternura amaneció en un presente a solas ante el espejo de la propia vida. Y Paulita, Pauli, Pau…  dieron paso a Paula,  que discreta y correcta, cubre de calma las cicatrices de la vida mientras amordaza de dignidad la soledad que le aferra la garganta.



jueves, 12 de febrero de 2015

RETORNO

Una de las frases más manidas que circulan como ejemplo de una verdad demostrada es la que dice que el criminal siempre regresa al escenario del crimen. No soy un criminal, no hay crimen, no hay escenario, pero podría aplicarme esta especie de aforismo, porque aunque ahora la llamémosle “vida real” me ancla con fuerza a la tierra, una imaginación tan rebelde como poderosa sigue exigiéndome el tributo de juntar letras que den forma a las historias y vistan las imágenes que me regala.

No he escrito desde hace  casi un año sin más motivo que un miedo encubierto de pereza a la pantalla. Pero persiste la necesidad de liberar una voz que, más allá de las frases que anuda al día a día, dé visibilidad con sus matices, contrastes y coherencia a la mujer que existe tan real como ajena a esa tarjeta en la que una serie de números y un nombre la identifican ante el mundo.

Llueve y, en un mundo vestido de gris, protegida por mi paraguas rojo, sigo buscándome en fragmentos amasados de palabras.




jueves, 6 de marzo de 2014

Imaginemos

A pesar del frío que se deja notar al oscurecer, ya asoma por la esquina el rostro fresco de la primavera. Eso pensaba al volver hace un momento a casa. Vale… fomentaban tan poéticos pensamientos el par de copas de vino que mi cuerpo llevaba acompañado de sendas tapas, porque (hagamos patria aunque sea adoptiva) durante un mes en esta ilustre villa existe lo que se ha dado en llamar la ruta de las tapas. Aquí en concreto se incentiva el consumo de vino (cómo no) y el queso. El slogan es un poco cutre, pero en su vulgaridad es pegadizo: “El vino y el queso saben a beso”. Sin comentarios.

Como este es el blog de Jane y yo soy la susodicha (también redicha alguna que otra vez jajajaja) sigo contando mis impresiones existenciales (uno de mis vocablos favoritos desde mi época adolescente con ínfulas intelectuales en que leí a Sartre, Camus y la Beuvoir y algo quedó aunque je ne sais quoi).

Pensaba, durante el retorno a mi hogar dulce hogar, que me gusta mi vida tan imperfecta como perfecta según el ángulo en que se mire, al igual que esa botella medio llena o medio vacía que siempre sale a relucir a la hora de relativizar algo.

Y andando y pensando porque existo (disculpad la reiterada tontería, si queréis le echamos la culpa al vino o el queso, porque no ha habido beso jajaja), pasé por delante de unos contenedores, antes simples depósitos de basura, por desgracia ahora símbolo de muchas más cosas.

Tengo tendencia a buscar historias en los rincones, en los gestos anodinos, en las palabras escritas con pasión en cualquier muro… Posiblemente por eso lo vi. Solitario, desvalido, absurdo por sí mismo el guante de lana negro recortaba la forma de la mano que alguna vez lo necesitó sobre el asfalto. Era una imagen derrotada que se incrustó en mi retina. Mi lado práctico pensó que nadie recogería aquel único guante esta noche de marzo, pero mi corazón loco y algo bohemio se negó a enterrarlo en el olvido y decidió que aquel guante tenía una historia que contar. Mientras llegaba a casa yo veía una mano enfundada en él que representaba para un niño las aventuras de una familia. Miré mis manos buscando ayuda, y mis dedos aceptaron el reto. De nuevo visualicé aquel guante, pero ya no era un objeto tirando en la calle, era un racimo de personajes, una familia… El dedo corazón sería el padre y decidí llamarlo Mateo. La madre representada por el anular se llamaría Elena. Delgado y nervioso, el dedo meñique encarnaría al hijo inconformista ya desde niño, el pequeño Javier. Me gusta la idea de un gordito feliz que pide tan poco a la vida que cree recibir mucho, el pulgar es perfecto para representar a Manuel. Y por supuesto el índice provocador, curioso y apasionado sería Eva, la jovencita que cree saber mucho porque apenas conoce el mundo.

Dejo aquí el prólogo de una historia a escribir por cualquiera de vosotros con vuestras manos, enguantadas o no, en esta noche de marzo, que casi huele a primavera.


¿Jugamos a imaginar?



jueves, 20 de febrero de 2014

Reflejos

Podría ser yo…

Los ojos la delataban tocada y herida al borde del hundimiento en el mar de la vida. Exponía en frases cortas y tímidas su situación familiar, como si pidiese disculpas por haber fracasado en el desempeño del papel que hace tiempo el  guión del destino le otorgó.

El cuerpo frágil temblaba por falta de abrazos, en la piel se leía desencanto y soledad, y las manos se movían  desorientadas.

La mujer que se sentaba ante mi mesa, y a la que intentaba persuadir que no era una molestia ni para mí ni para el mundo, podría haber sido yo, la eterna buscadora de lianas, que hoy le tendía la mano.




martes, 4 de febrero de 2014

Personal Big Bang (porque todo cambia para seguir existiendo)

Durante un tiempo había bastado con escribir pequeños fragmentos que colgaban, como pájaros en cables eléctricos, en un universo, real e irreal a la vez, amalgamado con letras e impulsos electromagnéticos. Era reconfortante desahogar el día a día de una vida común en unos textos que, en la pantalla, la reflejaban más divertida e interesante. Pero un día no fue suficiente.


Él había sido la voz compañera con la que tantas noches esquivó a la soledad. Ambos movían las piezas en su lado del tablero, no para  ganar la partida al otro,  sino a la realidad que arañaba sus vidas. Pero un día, la música compartida en la imaginación y las confidencias sesgadas, no fueron suficientes.


El día en el que todo cambió llegó inesperado, sin razones aparentes; fue desplazando espejismos e instalando certezas y, aunque en la superficie nada lo reflejó, todo fue distinto. Sopló el viento de un adiós tibio y agradecido que alejó las rutinas que habían sido las lianas de Jane. Llegó un hola ilusionado por vivir sin anclajes ajenos, y la precariedad del camino sin brújula fue sustituida por un refugio cimentado en las propias necesidades y deseos.


Y, al igual que Robinson, sobrevivió en su isla, Jane aprendió a habitar su vida.



miércoles, 4 de diciembre de 2013

Letras Mari's

Debería sobrarme el tiempo, estoy de baja; pues no... me lío. Comienzo levantándome a las 7'15, como siempre. Tengo que ducharme para oler bien que a las 9 tengo sesión de fisioterapia.  Me lavo el pelo y, aunque es liso y fino, lo seco durante unos 10 minutos. Luego viene el qué me pongo, que ahora no es por coquetería, sino por ser práctica. Me van a dar masajes en la pierna y gluteos. Lo mejor, falda y jersey; con el culo al aire, pero al menos vestida de cintura para arriba. Decidido. Mmmmm ropa interior. Discreta, pero que esté bien, que la luzco por partida doble: ante la fisio y ante la enfermera que me acupunturiza el trasero.

Salgo a la calle y, siento no poder decir ahora eso de rauda y veloz, llego a la consulta. Me pasan a una especie de box. Un chaval que podría ser mi hijo me dice que me quite la ropa y me tumbe. Me aplica las corrientes (el primer día era una fisio... ¿dónde está ella?). Pues con otro paciente, aunque más tarde entra, me quita cables y correas y masajea. Comenta que ay qué ver cómo me están dejando los pinchazos. Si lo sabré yo… No olvido que después me toca la inyección. Cumplo. Pinchada voy a tomar café donde siempre desayunamos en paréntesis laboral. Los hábitos tienden a mantenerse, más cuando te permiten ver a tus amigas y distraerte un rato.

Vuelvo a casa. Previsora, tengo la comida medio  hecha desde el domingo, caldo de pollo con jamón y verduras. Pongo huevos a cocer y más tarde prepararé sopa. Mi lado Maru me mima.

Leo un rato. Las diminutas pastillas lyricas me producen insomnio, así que estoy haciendo un master de lectura de novelas malas en el ebook a ver si me atonto del todo. Anoche le tocó a “La Amante Secreta”, tan pésima como prometía; pero a la luz del día las cosas se ven y se leen de otra forma. Mi sensatez lectora me hace seguir con “Deseo de ser punk” de Belen Gopegui, una historia valiente. Sin embargo por algún motivo hoy no termino de centrarme en obligado dolce far niente, y como me siento activa decido bucear en el fondo de mis bolsos y tirar las mil pequeñas cosas acumuladas allí. 

Diossss, de tener habilidad suficiente, se podría hacer un belén completo con los tickets de compra que aparecen ¿Para qué los guardo si nunca los miro? Salen más cosas en mi particular arqueología. Una fotocopia del D.N.I. de mi madre cuya mirada, por entonces ya perdida en la neblina de la desmemoria,  me estremece. La guardo con la cobardía de los que andamos de puntillas por nuestros particulares territorios minados. Sigo revisando. Resulta que las monedas tienen tendencia a depositarse en el fondo de los bolsos. Cuento 18 euros con 67 céntimos. Mira qué bien. Y... ¡un billete de cinco euros todo arrugado! También aparecen algo así como 40 caramelos de chupa chups con sabor a chocolate. ¡Qué pena no poder comerlos! Algo me dice que están caducados. Se van con el paquete de Halls a la basura. Salen pañuelos de papel, compresas, toallitas, bolígrafos, notas con teléfonos que no identifico. Un anillo lleno de colorines que me regalaron y guardé agradecida pensando ¡glups cómo me pongo esto!, se ha unido a una pareja de pendientes turquesa que no recordaba tener que me dieron con los puntos del Druni. Más bolígrafos, dos rotuladores secos, un lápiz, tres brillos de labios, varias muestras de cremas, frasquitos de muestras de perfume, un stick de Happy de Clinique (mmm recuerdo que lo compré pensando cuanto deseaba ser feliz). Más toallitas, éstas para limpiar las gafas. Y más llaves... un viejo juego de mi casa anterior del que cuelga un buhito de madera tuerto y las llaves de mi despacho, las que yo siempre afirmé no haber perdido pero era incapaz de encontrar.

Observo la mesa caótica. Voy a comer y, en modo doméstico y responsable, recojo la cocina. Prosigo ordenando bolsos y foulares, moviéndome sinuosa, cual gueparda del Serengueti. La ciática manda. Caliento el saco de semillas de cereza en el microondas. Me amodorro por poco tiempo. Logro coger una postura en la que nada me duele. Algo retorcida estoy, pero vale… Me llega un whastapp. Me preguntan “¿Quién te cuida?”. Sin dudar respondo: “Yo”.

La tranquilidad me anima a bajar a recoger el regalo que encargué para el cumpleaños de una amiga. Solo tengo que cruzar la acera. Decidí regalarle un bono para un masaje relajante. Sé que le va a gustar. Yo llevo años ofreciendo mi alma de atea a cambio de uno, pero ella es buena y será  mejor que conserve la suya, así que el masaje se lo regalo yo.

Decidida me coloco las botas, cazadora y foulard. Solo hay que bajar dos pisos en ascensor y cruzar la acera. El mundo quiere que yo sea fashion y han montado una peluquería y centro de estética justo enfrente de casa. Pago y me dan el bonito diploma que ofrece el masaje junto a una tarjeta con teléfono y horarios. La cita ya la pedirá mi amiga. No pesa nada, y… ¡tengo una idea! Dejo temporalmente la aparatosa bolsa con el trozo de papel canjeable por toqueteos relajantes (jajajaja qué porno suena sin serlo), a la vuelta lo recojo, porque aprovechando que el dolor ha remitido me animo a ir a comprar a Mercadona. Mañana llegan mis hijos y las reservas alimenticias están bajo mínimos.

Camino despacio al calor de una tarde absurdamente primaveral (cosas del sureste español, porque en mi tierra seguro que hace un frío que pela). Entro en el supermercado y entonces comienza el concurso “Comprar sin que te pese”. Hoy toca calcular gramos. Comencemos…

4 Yogures bifidus fibras (les gustan a los mozos)... No pesa.
1 Litro de leche fresca (Carlos la toma así y no puedo acumular en el frigorífico. Recuerdo que hay otro paquete allí)… Pesa poco.
1 Litro de zumo de naranja (esta vez no es vaguería… las naranjas habrían pesado más).
Surtido de 3 patés (son cómodos en cenas solitarias avec moi misma y no pesan)
Lonchas de jamón serrano, chorizo pamplonés, queso en lonchas… ¡No pesan!
Cuña de queso semicurado… Pesa poquito.
Y… ¡una mini bolsita de bombones de licor! Puedo afirmar que apenas pesan, aunque que en el interior de cada uno de ellos hay una especie de perverso duende alquimista dispuesto a transformarlos en pesos pesados al entrar en contacto con mi organismo.

Distribuida en dos bolsas la compra no pesa tanto. Recojo el vale. Misión cumplida.

Y aquí estoy... contando porque sí mi día a día, con todo el atrevimiento y la desfachatez del mundo. Podría haber intentado escribir un relato ficticio con una mujer tan enigmática como arrebatadora y fascinante, pero hoy me salió la Mari,  ni siquiera la MataMari se asomó a estos párrafos, y es nunca supe escribir letras que no me brotaran de eso que llaman alma y según dicen pesa 21 gramos.






jueves, 28 de noviembre de 2013

Tercer día de la Era Ciática

Efectivamente… llevo tres días sufriendo -no en silencio, porque me faltó tiempo para llamar a mis amigas y quejarme- un intenso dolor que baja desde el final de mi espalda a mi pantorrilla. Diagnóstico: prociática, que debe ser un ciática light o becaria, ¡menos mal! porque parece que la senior te deja pasao.


El mundo amanece con un frío de… gónadas (soy una dama), por tanto me recreo en la grata sensación de un lecho caliente y la tranquilidad de que hoy no manda el reloj. También, todo hay que decirlo, me estoy quieta porque sé que cuando me levante voy a realizar un viaje al mundo sideral y, con lo romántica que es la imagen de la noche estrellada, verlas de día en plan tebeo no es nada placentero.


El malvado dolor, agazapado como un malo de opereta, sale de su escondrijo y zasss me lanza una especie de rayo láser que deja mi pierna k.o. y mi boca lanzando ayes como Camarón. De haber tenido puesta una camisa, y no un camisón de Woman Secret, garantizo que le arranco los botones en un gesto de rabia incontenida.


Camino como buenamente puedo hasta el cuarto de baño, esperando que una ducha caliente conforte mi pena y ahuyente el dolor. Más o menos lo logra; me dirijo a la cocina donde preparo un capuchino y cojo las pastillas que debo tomarme cada doce horas. El nombre es evocador “Lyrica”. Soy lectora compulsiva, así que comienzo a leer el prospecto. ¡Por todos los dioses del universo conocidos y por conocer! Aquí avisan que puedes hincharte (intentaré no comer chocolates ni dulces a fin de mantener mis 52 kilos), problemas de erección (mira por donde esto no me toca) o pensamientos suicidas que inmediatamente debes comunicar al médico. Miro la capsula diminuta con tanto poder destructivo. Me la juego. Bebo el vaso de agua como los del oeste el whisky, de un trago. Alea jacta est.


A lo largo de la mañana leo, recibo la siempre grata visita de mis amigas, contacto con la clínica donde recibiré las sesiones de fisioterapia y me acribillarán con las doce inyecciones. Caliento el saco de huesos de cereza en el microondas para tener calor seco. Me endemonio leyendo la novela de una mujer tonta enamorada de un hombre que a mí me parece gilipollas perdido (me cabrea porque me reconozco en ella y me fastidia recordar lo absurda y ridícula que una puede llegar a ser).


Siesta al calor de las cerezas. Luego clínica. Lo de las inyecciones no es tan malo. Será que soy medio masoquista, pero no siento el pinchazo y eso que soy de las que tienen cosquillas por todo el cuerpo. Soluciono lo de las sesiones y vuelvo a casa con la tranquilidad de los deberes hechos y la pierna derecha dando cordel como dicen en mi tierra.


Abro el correo. Mmmm al menos alguien se acordó de mí. Mi dentista favorito (no soy su paciente y por eso no lo odio) me manda un correo con  video que, con mucho sentido del humor, titula remedios para la ciática. Lo veo sonriendo sin parar. Mi vida no es apasionante, pero está llena de gente maravillosa.